domingo, 3 de febrero de 2013

Las murgas porteñas me dan tristeza.


Lamento tener que decirlo, además no es más que la opinión de un ciudadano nacido y afincado en la ciudad de Buenos Aires, que no representa al colectivo general de la gente que habita esta hermosa metrópolis.
Mis fundamentos se basan en que siento triste su música, sus saltos y piruetas y sus ropajes tampoco me brindan alegría, sino más bien, me ponen triste. No desconozco la pasión y el esfuerzo que los "murgueros" le ponen a sus entrenamientos, preparaciones en general, y a sus actuaciones. Todo ésto es válido y lo respeto. Lo que ocurre es que me parece que el espíritu de la murga nace o se remonta a tiempos pasados (quizás comienzos de siglo XX o épocas anteriores) y deja entrever un espíritu de tristeza que -quizás- tenían los precursores de estas comparsas en tiempos muchos menos felices para el pueblo en general (hablemos de padecimientos económicos o falta total de libertad para expresarse).
Habrá gente que pueda entrelazarse en tal espíritu y que, además, pueda considerarlo jubiloso o festivo.
Desde mi humilde lugar sugiero que se pueda ir cambiando; con músicas mucho más alegres y armoniosas, con trajes de más colorido y mucho más divertidos, y con bailes y movimientos más acompasados y no tan marcados. Observo que los golpes de los pies (o a veces manos), contra el piso, dan el efecto de una descarga de bronca, de un baile muy marcado, que me recuerda el estilo de los regimientos de soldados (de los que si apruebo la firmeza y la uniformidad). El tambor es una figura representativa de las tropas. A mi, particularmente, me gustaría que se fueran mutando para el lado de las destrezas más alegres, menos marchosas y que sus trajes fueran de un colorido más agradable y menos parecido a los uniformes que por ejemplo ostenta, aún hoy, un conocido regimiento de militares (sin que ésto signifique ofender a los dignos representantes de esta u otras fuerzas que también pudieran asemejarse). Ocurre que desearía se quitara el toque de formalidad "que para el caso de las murgas" me perece no corresponde.
Tengamos un Buenos Aires más alegre y hagamos posibles estos cambios para que también se alegren desde dentro de sus tradiciones y costumbres, los tan esforzados "murgueros" que participan de los famosos corsos del carnaval porteño.
Gracias por escuchar esta opinión y no tomarla como una crítica, sino como el parecer de un habitante más de esta bella ciudad.

Jorge Horacio Richino.

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